One of Herbert's siblings was Dorothy, born in 1912, and who spent from 1935 -1953 in the mission field in India with her physician husband Bramwell. Theirs is a remarkable and unsung story of service.
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Herbert Money (1899-1996) impacted all those with whom he came in contact - whether that was in his 40 years in Peru or in his retirement. This blog has been set up to capture something of the person as you all know him, and to support the wider work of a planned biography of his life.
Herb Money
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Herbert Money (1899-1996) impactó a todos con quienes estuvo en contacto –tanto en sus 40 años en Perú como en los de los muy activos de su retiro, – cuando su amor por la vida nos dejaba sin aliento. Este “blog” ha sido creado para recopilar algunos aspectos de la persona que todos ustedes conocen, y para apoyar la obra más amplia de una planificada biografía de su vida.
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Algunas veces hay personas que cambian tu vida cuando menos lo esperas. Y continúan haciéndolo cuando ya no están. El Dr. “Herb” Money, cuya foto aparece aquí en su toga de “Maestría en Artes” en los años 20, fue una de esas personas. Es difícil saber por dónde empezar a hablar del Dr. Money. Al comienzo todo parece tener sentido. Bueno, es decir, el comienzo en lo que a mí respecta. Le conocí a principios de los años 70, cuando él tenía unos 70 años. Había nacido en 1899. Pero por su disposición para todo, nada indicaba que tuviera 70 años. Tenía el espíritu de un adolescente, es decir era inquisitivo. Tenía la perspectiva de que en la vida hay que “jugarse en todo”. Era un entusiasta pintor, y yo lo recuerdo sentado a mi lado en Akaroa una tarde de verano, y explicando acerca de la técnica de pintura al óleo mientras miraba por sobre mi hombro mis infantiles intentos. Entonces él sacaba su instrumento favorito de hacer bocetos: un lápiz de carpintero de esos con aristas y rápidamente dibujaba la escena para su referencia posterior. Le encantaba venir a cazar conejos con nosotros –aunque nunca tuvo idea de lo que era cazarlos, – a paso firme y conversando mientras caminábamos. A nadie le preocupaba.
Era un hombre de gran estatura. Con más de seis pies de alto, con enmarañado cabello blanco y una resonante e irreprimible risa que hacía juego. Cuando nos mudamos para Australia y él venía a visitarnos – con frecuencia, pero no con tanta como deseábamos – desde su ciudad, Christchurch, se introducía en la rutina familiar como si siempre estuviese allí. En esos días vivíamos en Melbourne, y él invariablemente llegaba a la casa previo paso por los mercados, o se aseguraba de visitarlos tan pronto como había llegado. Le encantaban las uvas y las aceitunas. Especialmente estas últimas, y él ubicaba su alta figura junto a la mesa de la cocina, desde donde podía sumergirse en la conversación “de aquí y de allá”, al tiempo que se abastecía de una lata de aceitunas. Éstas siempre se compraban al por mayor. Una caja de uvas de 5 dólares desde Moldura era un festín muy especial. Aun siendo adolescentes estábamos admirados de sus 40 años de tarea pionera desde la década de 1920 a la de 1960 como misionero en Perú, donde se hizo de un nombre por su trabajo en la educación. Tanto construyendo como reformando. Por lo cual el gobierno peruano le otorgó la más alta distinción: las Palmas Magisteriales. Su intelecto fue siempre de gran agudeza; su memoria y talento para relatar cuentos eran en ocasiones fascinantes y se acercaban a lo mítico. Yo me puedo contar afortunado de haber podido escuchar muchas de sus conferencias, y aun a una avanzada edad era perspicaz, franco, lúcido y dominante. Se describía a sí mismo como un “mal Baptista”, en parte porque el mantenía ciertas doctrinas sustentadas por Calvino. También en parte porque en ocasiones gustaba de un sorbo de vino, el cual él mismo producía en el cobertizo del jardín. La norma codificada para seguirlo y tener un trago tranquilo, era “las compasivas misericordias del Señor”. Después que Nette (su esposa) terminaba de servirnos bizcochos y té, era un “vamos, muchachos, les mostraré algunas de las compasivas misericordias del Señor”, y a paso firme se dirigía al cobertizo. Allí, en una especie de fotosíntesis de una forma desconocida, Herb se las ingeniaba para producir el vino. Yo podría dar vueltas en mis reflexiones pero no lo haré. Él fue importante en mi vida como adolescente, y parece cobrar más importancia a medida que pasan los años. Él era un hombre completo, pero nunca lo fue a expensas de su fe, y vivió una larga, fructífera, modesta e influyente vida. De seguro es una vida a la que hay que aspirar y un modelo al que yo aspiraría a emular. Si usted conoció al Dr. Money de alguna forma me encantaría que se presente y quizás comparta sus propias ideas sobre el carácter de aquella persona que continúa siendo “Herb”.
Era un hombre de gran estatura. Con más de seis pies de alto, con enmarañado cabello blanco y una resonante e irreprimible risa que hacía juego. Cuando nos mudamos para Australia y él venía a visitarnos – con frecuencia, pero no con tanta como deseábamos – desde su ciudad, Christchurch, se introducía en la rutina familiar como si siempre estuviese allí. En esos días vivíamos en Melbourne, y él invariablemente llegaba a la casa previo paso por los mercados, o se aseguraba de visitarlos tan pronto como había llegado. Le encantaban las uvas y las aceitunas. Especialmente estas últimas, y él ubicaba su alta figura junto a la mesa de la cocina, desde donde podía sumergirse en la conversación “de aquí y de allá”, al tiempo que se abastecía de una lata de aceitunas. Éstas siempre se compraban al por mayor. Una caja de uvas de 5 dólares desde Moldura era un festín muy especial. Aun siendo adolescentes estábamos admirados de sus 40 años de tarea pionera desde la década de 1920 a la de 1960 como misionero en Perú, donde se hizo de un nombre por su trabajo en la educación. Tanto construyendo como reformando. Por lo cual el gobierno peruano le otorgó la más alta distinción: las Palmas Magisteriales. Su intelecto fue siempre de gran agudeza; su memoria y talento para relatar cuentos eran en ocasiones fascinantes y se acercaban a lo mítico. Yo me puedo contar afortunado de haber podido escuchar muchas de sus conferencias, y aun a una avanzada edad era perspicaz, franco, lúcido y dominante. Se describía a sí mismo como un “mal Baptista”, en parte porque el mantenía ciertas doctrinas sustentadas por Calvino. También en parte porque en ocasiones gustaba de un sorbo de vino, el cual él mismo producía en el cobertizo del jardín. La norma codificada para seguirlo y tener un trago tranquilo, era “las compasivas misericordias del Señor”. Después que Nette (su esposa) terminaba de servirnos bizcochos y té, era un “vamos, muchachos, les mostraré algunas de las compasivas misericordias del Señor”, y a paso firme se dirigía al cobertizo. Allí, en una especie de fotosíntesis de una forma desconocida, Herb se las ingeniaba para producir el vino. Yo podría dar vueltas en mis reflexiones pero no lo haré. Él fue importante en mi vida como adolescente, y parece cobrar más importancia a medida que pasan los años. Él era un hombre completo, pero nunca lo fue a expensas de su fe, y vivió una larga, fructífera, modesta e influyente vida. De seguro es una vida a la que hay que aspirar y un modelo al que yo aspiraría a emular. Si usted conoció al Dr. Money de alguna forma me encantaría que se presente y quizás comparta sus propias ideas sobre el carácter de aquella persona que continúa siendo “Herb”.
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